Bolívar, un aguerrido militar de carrera atraído por el influjo de un poema como lo fue su compleja empresa de un sueño, que a pesar de tener matices utópicos, aun así no se detuvo en rodeos para darle rienda suelta a su andar e intensa y vertiginosa vida.
Páez, también fue este heroico Centauro nacido en las cálidas tierras portugueseñas, un gran guerrero de lanza empuñada, un aluvión y derroche de valentía pero de corazón pragmático, motivo por el cual no asimiló en su veloz momento, el proyecto y mensaje a futuro de Bolívar.
El caraqueño Bolívar, marchó por el recto callejón que conduce a las barricadas de cepa humana y de pueblo unido.
Páez, furtivamente se jubiló através de los pasillos reales del estereotipo burgués.
He ahí la bipartición de una noble causa independentista.
La parte que le tocó a Bolívar fue como un verso de resurgimiento en las entrañas.
El otro fragmento que le correspondió a Páez, era semejante a un espejismo en el desierto inhóspito producto del quebrantamiento a un principio.
Largo como un quijotesco pero determinante recorrido, es el nombre de pila que le dieron sus progenitores a Don Simon José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, quién fue en su tiempo sin limite un almácigo de poesía edificante, de libertad y justicia, de límpido amor por la unión de la Grande Patria Americana.
Páez después de su gran gesta libertaria, no percibió en su tiempo y espacio más que el presente que le rodeaba. Detrás de cada matorral en la inmensa llanura venezolana, rezagado quedó el Vuelvan Caras, como una lejana trova en la letanía de una esperanza.
Permítaseme recrear la mente sobre la madeja de esta épica y hermosa historia.
El Libertador Simón Bolívar, hasta después del riguroso cabalgar junto a su último adiós y respiro, llevó consigo su desgastada camisa rota.
El General en jefe José Antonio Páez, en su delirante lecho de moribundo talvez acariciado por la añoranza de un pasado sin retorno, como un gesto y humilde tributo a la excelsa memoria del Padre de la Patria , quizá allí leal a la Santidad de un silencioso instante, hubiese querido vestir una camisa rota.
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